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Una “pálida”, también conocida como “amarillo” o incluso “jamacuco”, es una forma coloquial de describir un episodio de malestar físico repentino que puede aparecer en determinadas situaciones. Suele estar relacionado con una bajada de tensión o de azúcar, y puede venir acompañado de síntomas como mareo, sudoración fría o sensación de debilidad.
Aunque se trata de algo pasajero, la experiencia puede ser muy desagradable. Por eso es importante saber reconocerla y actuar con calma, sobre todo si ocurre en un entorno cerrado o sin ventilación, o cuando la persona no ha comido en mucho tiempo.
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Las causas de una pálida pueden variar bastante, y muchas veces se combinan entre sí. Lo más común es que esté relacionada con una bajada brusca de tensión o de azúcar, algo que puede ocurrir si se ha pasado mucho tiempo sin comer, si no se ha descansado bien o si el cuerpo no está acostumbrado a ciertos estímulos.
En estas situaciones, el malestar suele aparecer de forma repentina: sudores fríos, mareos, sensación de vacío en el estómago… Por suerte, en la mayoría de los casos basta con tomarse un respiro. Tumbarse con las piernas en alto, respirar con calma y mantenerse en un lugar ventilado puede ayudar a recuperar el equilibrio poco a poco.
También es recomendable beber algo azucarado si se sospecha que el bajón es de glucosa, o tomar una bebida isotónica o algo salado si se trata de tensión baja. Eso sí, siempre en pequeñas cantidades, y sin forzar al cuerpo si no se encuentra del todo bien.
Hay ciertas situaciones en las que el riesgo de sufrir una pálida aumenta. Por ejemplo:
Conocer estas señales y actuar con calma es clave para evitar sustos y cuidar del bienestar general.
Los síntomas de una pálida pueden variar bastante según la persona, y afectar tanto a nivel físico como emocional. No todo el mundo los experimenta igual, pero hay señales comunes que pueden ayudarte a identificar lo que está ocurriendo.
A nivel físico, es habitual sentir sudoración fría, escalofríos, palpitaciones o un pulso más rápido de lo normal. También puede aparecer una sensación de náusea o malestar general que va creciendo poco a poco. En algunos casos, el mareo puede volverse tan intenso que se siente debilidad extrema o incluso riesgo de desmayo.
En cuanto a lo emocional, una pálida también puede venir acompañada de ansiedad, sensación de agobio, pensamientos negativos o incluso una desconexión momentánea con la realidad. Esta mezcla de síntomas puede hacer que la situación se sienta más intensa de lo que realmente es.
Lo importante es actuar con calma. Tumbase o sentarse en un lugar tranquilo, respirar con normalidad y tomar pequeñas cantidades de bebida o algo de alimento puede ayudar a estabilizarse. La mayoría de veces, estos episodios se pasan en poco tiempo si se siguen los pasos adecuados.
La duración de una pálida suele ser breve: en la mayoría de los casos, los síntomas comienzan a remitir tras unos 15-30 minutos si se toman medidas básicas como descansar, hidratarse y mantener la calma. Sin embargo, puede haber cierta variación según el estado general de la persona y las circunstancias del episodio.
Si los síntomas no mejoran pasado ese tiempo, o si la persona no responde a estímulos, conviene buscar ayuda médica, sobre todo si hay antecedentes de problemas de salud. Aunque lo más común es que la pálida se pase por sí sola, nunca está de más estar atentos y actuar con precaución.